Primero, el silencio, ese puño en alto que ya se ha vuelto característico. Después, los aplausos, los gritos de: “¡Sí se puede!”. Ivonne y Patricia salían en camilla, llevadas en volandas por el grupo de Topos que las rescató de un segundo piso de un edificio derrumbado de la colonia Roma, una de las más afectadas por el terremoto del martes que sacudió México. Después de 12 horas bajo una mesa y toneladas de piedras, las dos secretarias salían a la luz entre las lágrimas de todos, los que se habían jugado la vida y los que habían acarreado escombros y medicinas durante horas. Más de 50 personas han sido rescatadas con vida después del temblor. La lucha por encontrar supervivientes continúa contra reloj.
La probabilidad de hallar gente con vida bajo los escombros de las decenas de edificios colapsados en la capital disminuye con el paso de las horas, pero las labores de rescate lideradas por la Marina no cesan. El caso más significativo era aún este jueves el de la escuela Rebsamen, al sur de la ciudad, donde murieron 19 menores de edad y 6 adultos; 11 decena fueron salvados de entre los escombros. La Marina confirmó pasado el mediodía que seguían buscando a un adulto, y no a una niña, como habían informado algunos medios locales, lo que generó mucha confusión.
Los protocolos internacionales señalan que deben pasar 72 horas antes de abandonar la búsqueda o dar por muertos a las personas atrapadas en caso de sismo. Sin embargo, terremotos como el de Haití o el de México en 1985 demostraron, que es posible encontrar supervivientes más de una semana después del sismo. El papel de Los Topos, un símbolo tan mexicano como el chile o el Estadio Azteca, se vuelve esencial: se introducen en la montaña de cascotes, desafiando estructuras que solo necesitan una mínima sacudida para venirse abajo. Son capaces de reptar entre los escombros tragando polvo sin agua y sin luz hasta llegar al origen de la voz o los últimos latidos.
Los Topos es un grupo que surgió en 1985 tras el terremoto que dejó más de 10.000 muertos. Zapateros, plomeros o estudiantes sin preparación ni medios comenzaron a colaborar abrumados por el desastre. Organizados en brigadas y sólo con sus manos fueron responsables del rescate de decenas de personas gracias a dos habilidades: habilidad y valentía. Después de aquella tragedia han participado en sismos en todo el mundo, son la cuota de orgullo colectivo con la que México responde a cada desastre; un grupo que no recibe retribución de ningún tipo parte de autoridades nacionales o locales, y se mantienen de donaciones. Se capacitan entre ellos y los más veteranos imparten cursos de rescate, atención de emergencias y distintas técnicas a nuevos voluntarios.
El caso de Los Topos evidencia el coraje y el compromiso de los mexicanos ante esta tragedia, cuyas necesidades empiezan a cambiar. La solidaridad ha desbordado los centros de acopio de agua, frijoles, aceite y mantas, mientras los rescatistas buscan objetos que los vecinos tienen en casa. El entusiasmo y el voluntarismo ha pasado por encima a la coordinación profesional, eclipsado como ha estado esta tragedia de un liderazgo político por el compromiso de los ciudadanos, especialmente la población joven, la que también vive en algunos de los barrios más afectados, como Roma o Condesa.
Mientras se agotan las esperanzas de encontrar gente con vida, los trabajos se centran ahora en evaluar los daños del terremoto, que ha dejado más de 286 muertos y 1.900 heridos. Cerca de 7.000 casas y 5.000 escuelas, según distintas fuentes, han sido dañadas. Calibrar el destrozo, certificar cuánta gente puede regresar a sus casas o cuándo podrá hacerlo se ha vuelto un reto ingente para las autoridades, que también ven cómo empiezan a recibir críticas por la falta de ayuda rápida en otros lugares afectados por el sismo, como Morelos o Puebla.
Los partidos políticos estudian la forma de ceder parte del presupuesto destinado a la campaña electoral del próximo año —el país celebra comicios presidenciales el 1 de julio— a las víctimas de los terremotos, tanto el que ha golpeado esta semana como el del pasado 7 de septiembre, que sacudió Chiapas y Oaxaca. Una decisión que no está exenta de polémica, entre acusaciones de oportunismo de los políticos. Mientras, sobre el terreno, los mexicanos se agarraban al último aliento para encontrar gente con vida.