La tupungatina recorre la nación en renombrados medios de comunicación y deja su huella en cada rincón. Desde Tupungato hacia el País, María José enamora corazones y deja su relato inscripto en la fiesta máxima de los mendocinos
Desde que el reglamento cambió, dos años atrás, no habíamos descubierto el sinfín de posibilidades que la nueva Fiesta Nacional de la Vendimia revela a los mendocinos. En el debate de si se debe continuar eligiendo, o no, a la Reina Nacional de la Vendimia nos olvidamos de ver, como estamos viéndolo ahora, que esto puede transformarse ya no en un concurso de belleza -por este lado vienen las críticas a la Fiesta- sino en la elección de una mujer que nos represente, y que represente lo que en verdad somos. Mendocinos, viñateros, hombres y mujeres reales.
María José Di Marco tiene 22 años y es Reina de la Vendimia de Tupungato. Pero eso no es todo, medios del país entero reflejaron su historia porque esta joven, que competirá por el cetro nacional, es madre. María José es mamá de Emma, una belleza de ojos celestes como ella, de 2 años.
María José es la primera reina vendimial en llegar a una corona siendo mamá; y puede convertirse en Reina Nacional de la Vendimia, rompiendo un estereotipo y un prejuicio que en más de un mendocino estaba bien arraigado.
Dicen que todo cambia y, como decía la Negra Sosa, que esto cambie no es extraño.
La Fiesta de la Vendimia de Mendoza es reconocida en el mundo entero ya que, si bien otros países como México o España celebran la cosecha, lo hacen de manera muy distinta y casi no comparable a nuestros festejos, donde las fiestas distritales y departamentales comienzan en enero, se estiran durante el verano y culminan junto a la cosecha, en los primeros días de marzo.
Pero la elección de la reina, que se ha ido transformando a lo largo de décadas, nació en realidad mucho más sencilla. Elegir a una mujer como Reina de la Vendimia era, en realidad, premiar a una vendimiadora.
En los inicios del siglo XX, las mujeres cosechaban al lado de los hombres los preciados racimos de uva que hicieron de Mendoza la cuna del vino argentino. La industria vitivinícola nació y tuvo su momento de expansión junto con el siglo, y familias enteras -incluyendo a los más chiquitos, que pasaban el día junto a sus padres entre los surcos- participaban de la vendimia.
La fiesta llegaba con el fin de la cosecha. Mientras se pisaba la uva y se iba decantando el preciado botín de racimos desde los canastos cosechadores, el festejo iba tomando forma en las fincas bajo la sombra de los álamos, acompañado por el delicioso aroma de pasteles fritos y empanadas, y acompañado, como no, por los vinos de la casa.
En esas fiestas, pequeñas y de entrecasa, nació la coronación de la reina. Una de las jóvenes cosechadoras era elegida Reina de la Vendimia de ese año, se la coronaba con flores y se le dedicaban serenatas.
La mujer era una parte más que vital en la vendimia. Ellas eran las mejores cosechadoras, por el cuidado que ponían en cortar cada racimo.
La mujer, su sensibilidad y su fuerza de trabajo, no tanto su belleza, era lo que se elegía en aquellas vendimias tranqueras adentro.
Hoy, siendo testigo de la historia de María José y su valentía al tomar un desafío como es el reinado de un departamento, tranquila diciendo que “un hijo no es un impedimento para lograr ninguna meta”, la veo como aquellos viticultores veían a sus mujeres vendimiadoras. Y me digo que Mendoza comienza a hacer historia.
Con el nuevo reglamento vendimial, cualquier mendocina puede ser elegida Reina. No importa si es casada o soltera; si es mamá o no lo es; ni tampoco si es joven o peina canas (porque la edad ya no es impedimento). Tal vez ahora, la premisa sea volver a hablar de mujeres reales y quitar, de ese modo, la etiqueta de concurso de belleza con que se ha ido catalogando a la Fiesta Nacional en los últimos años.
“Está bueno que permitan perfiles diferentes porque la mujer tiene que tener otras características, más allá del concurso de belleza. El ideal de mujer del pueblo se adaptó a los cambios sociales”, dijo María José en una de las tantas entrevistas que le han hecho.
Nos quedamos con sus palabras, y con esas fotos de la Mendoza antigua. Cuando el carro más aplaudido no era el que más luces portaba sino el que llevaba la carga más preciada: a las mujeres que trabajaban la tierra y que, un día al año, se vestían de blanco; calzaban un sombrero de paja; y salían a lucir sus sonrisas por las calles del pueblo.
Que ya está dicho: no es más hermosa una mujer por su físico o el color de su piel, sino por el brillo de sus ojos, la valentía con la que lleva su vida, la nobleza de su espíritu y la sensibilidad con la que mira el mundo que la rodea.