Expositoras relataron cómo vivieron la interrupción de un embarazo. Dijeron que no se arrepienten de la decisión.
Después del faltazo masivo de la audiencia pública del jueves pasado, este martes fueron más los diputados que asistieron a las exposiciones de referentes de distintas áreas en favor y en contra de que el aborto sea legal, seguro y gratuito en la Argentina. Esta vez, el turno mañana fue para quienes no avalan el proyecto de ley firmados por 72 legisladores de la Cámara Baja, y a la tarde hablaron quienes apoyan que la interrupción voluntaria del embarazo deje de estar conminada a la clandestinidad, como ocurre en 500.000 casos anuales, según estadísticas extraoficiales. Desde este jueves a la mañana, en tanto, las audiencias cambiarán de modalidad: será la primera vez que se turnarán en un mismo debate expositores a favor y en contra del proyecto que tratan cuatro comisiones de diputados.
“En su momento abortar fue un alivio. No es algo de lo que me enorgullezca, pero cuando lo hice era imposible para mí traer un hijo al mundo. Como toda decisión en la vida, tiene un costo, pero creo que es peor tener un hijo que una no ha querido“, respondió este martes la periodista y ex senadora María Eugenia Estenssoro. Fue ante la consulta de la diputada Victoria Donda, de Libres del Sur: “En estas audiencias se habló del trauma post-aborto, ¿lo sufrieron?”.
Durante su exposición, Estenssoro había contado su experiencia personal: a los 21 años quedó embarazada, le pidió plata a su hermana dos años mayor, se tomó un colectivo hasta Olivos con dos amigas y allí le practicaron un aborto clandestino. “Aún me pregunto si quien me lo practicó era médico“, sumó.
El de la ex funcionaria de la Coalición Cívica no fue el único testimonio en primera persona: en la misma tarde, cuatro mujeres contaron su experiencia. Raquel Vivanco, coordinadora de la agrupación feminista Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLa) también respondió a la pregunta de Donda: “No queda un trauma si la mujer toma la decisión de abortar en libertad. Lo que sí es traumático es tener que hacerlo en la clandestinidad. Lo que más me preocupó al momento de hacerlo en esas condiciones fue mi salud”.
La actriz Muriel Santa Ana recordó que el quirófano improvisado en el que le practicaron un aborto clandestino funcionaba en una cocina de un departamento interno y oscuro en el corazón de Recoleta: tenía 23 años y la acompañaron su mamá y su hermana. “Esto va a ser muy rápido, quedate tranquila”, le dijo el médico, que también se desempeñaba como jefe de Obstetricia de un hospital.
Santa Ana usaba diafragma como método anticonceptivo pero, como todos los demás métodos, no es infalible. “No deseaba ser madre forzadamente y, desde que soy mayor de edad, no admito que nadie se arrogue el derecho de legislar sobre mi deseo“, reflexionó, agregó: “Pregunto a los diputados, sobre todo a los que permanecen indecisos: ¿qué significa para ustedes una mujer muerta? El aborto existió, existe y existirá, la discusión es si seguirá siendo clandestino o pasará a ser legal”.
Eva Gutiérrez, miembro del Polo Obrero y del Plenario de Trabajadoras y referente social en Hurlingham, sumó su testimonio: “Yo pude pagarle un legrado -un raspaje uterino- a un obstetra. Fue sin anestesia porque eso implicaba más plata, así que fue muy doloroso. Hoy en los barrios los abortos se hacen como hace 50 años: primero se intenta con pastillas para desprender el embrión. Si la chica tiene un poco de plata puede intentar un legrado, aunque en general acuden a las pastillas mal administradas, que terminan en hemorragias graves, o a una aguja de tejer o una sonda. Se siguen haciendo así, y hay lesiones en el útero, los ovarios, o infecciones, o muertes”.
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