“Estoy decepcionado de la Iglesia, no de Dios”, admite Nicolás Bustos Norton
Marcelo Mazzitelli, actual arzobispo auxiliar, me dijo que era momento de que pasara a otra cosa, que esta no podía ser mi vida. En la Iglesia tratan de callarte cuando se trata de estos temas”, denuncia Nicolás Bustos Norton, víctima de los abusos sexuales en el Monasterio del Cristo Orante, en Tupungato, Mendoza. Nicolás tiene 27 años, y accedió a contar su historia por primera vez para LA NACION. Relata lo que sufrió entre los 17 y los 24 años, cuando vivía en el monasterio junto a los monjes Diego Roqué Moreno y Oscar Portillo, los acusados.
En octubre de 2018, Nicolás hizo la denuncia penal. Según fuentes judiciales, ambos acusados están con prisión preventiva domiciliaria. Portillo está imputado por abuso sexual simple y Roqué Moreno, por abuso sexual con acceso carnal. “Creo que sigo vivo porque quiero justicia, quiero que esto se sepa y no pase más”, concluye Nicolás.
Al ser consultado por LA NACION, Marcelo De Benedectis, vocero del Arzobispado de Mendoza, no dio mayores explicaciones sobre el proceso que llevó adelante la Iglesia: “La investigación se tramita en el Tribunal Interdiocesano de Buenos Aires, se cerró preventivamente el monasterio y se entregó la información solicitada por la Justicia estatal. Durante este tiempo, no daremos más declaraciones públicas sobre el caso”.
El monasterio está ubicado entre el Valle de Uco y la Cordillera de los Andes. El lugar, que ahora está cerrado por orden del Arzobispado de Mendoza, era un espacio para el rezo y la reflexión, y además funcionaba como una atracción turística que recibía a miles de visitantes todos los años.
Antes de ingresar en el monasterio, Nicolás vivía en la capital mendocina, y a 14 kilómetros del Instituto Próvolo de Luján de Cuyo, donde sucedió el caso que precede al suyo. Este era un colegio religioso pupilo por el que hay denuncias en la Justicia por supuestos abusos y torturas de chicos hipoacúsicos. Por esa causa hay 14 denunciantes, 12 acusados y ya un condenado a 10 años de prisión. “Ese fue un caso que marcó un antes y un después. Creo que, en parte, gracias a este antecedente, la Justicia actuó de manera muy eficiente cuando yo fui a denunciar”, dice Nicolás.
Nicolás entró a ese monasterio en 2009, cuando terminó el secundario. Su proyecto era dedicarse a Dios. “Para mí, esa era la vida más perfecta -cuenta Nicolás-. Hoy estoy decepcionado de la Iglesia, no de Dios”.
En un principio, el trato cotidiano y los primeros abusos habrían sido por parte de Roqué: “Enseguida trató de generar una relación. Me manipulaba, controlaba todo lo que hacía. A mí me gustaba otro monasterio, que está en Córdoba, y Roqué me decía que el Cristo Orante era el único lugar en el que podía estar. Yo tenía 17 años y me dejó en claro que no había otro lugar para mí. Eso es lo que la Iglesia llama abuso de conciencia. Sin violencia física logró hacerme sentir que yo no existía y hasta me puso en contra de mi familia. Me tenía totalmente manipulado”.
Un tiempo antes de que Nicolás ingresara en el monasterio, Roqué lo pasaba a buscar cuando iba a hacer compras a la capital con el argumento de hablar acerca de cuestiones relacionadas con la vida monástica: “En esos viajes intentó tocarme y hasta me quiso dar un beso. La situación fue empeorando paulatinamente”.
Oscar Portillo era el que dirigía el monasterio. Según relata Nicolás, él se encargaba de las sesiones de cuatro horas diarias de abuso de conciencia: “Me hablaba durante horas todos los días. Me decía que lo tenía que dejar entrar en mi corazón y que si no lo hacía no iba a poder sanar las partes de mi corazón que estaban podridas”. Los abusos por parte de Portillo habrían comenzado cuando el monje se obsesionó con la idea de que Nicolás se había enamorado de él: “Empezó con el planteo de que si alguna vez me había fijado en un hombre, y yo le dije que no. Entonces me empezó a decir que yo estaba enamorado de él y luego de eso hubo cuatro o cinco episodios de abusos sexuales”.
En el monasterio, Nicolás llevaba adelante casi la totalidad de las tareas. Hacía jardinería, trabajaba en la cocina, se encargaba del pulido de algunas imágenes, de la limpieza, de preparar las misas, de la fábrica de chocolates y alfajores. Hasta que enfermó en 2015: “Un médico me vio y me mandó directamente a mi casa, estaba muy mal de salud”. A los pocos días le contó a su padre lo que había pasado con Portillo e hicieron la denuncia en sede canónica, cuando el obispo de Mendoza era Carlos María Franzini, que murió en diciembre de 2017.
“Denuncié solo a Portillo. Pensaba que él era el malo y Roqué, el bueno. Tardé más tiempo en poder ir a denunciar a Roqué. Me di cuenta de que él también abusó de mí gracias a mi actual pareja, Guadalupe. Ella me ayudó mucho a desbloquearme”, dice Nicolás.
Como primera medida, Franzini le comunicó que iba a trasladar a Portillo a San Luis, algo que efectivamente sucedió, pero estuvo en esa provincia durante un mes y luego volvió al monasterio. La segunda promesa fue cerrar el lugar, clausura que se concretó recién en 2019.
Una noche, en marzo de 2018, se enteró por Facebook de que dos chicos iban a ingresar en el Cristo Orante: “Pensé que les podía pasar lo mismo que a mí”. Entonces decidió ir nuevamente al arzobispado y le dijo al obispo auxiliar, Mazzitelli, que quería denunciar, esta vez, a Roqué.
Ahí comenzó un proceso desgastante vinculado con la investigación canónica: “Un tiempo después, tuve que ir a ratificar mi denuncia. Los notarios leían el informe y me preguntaban frase por frase si ratificaba mis dichos. Estuve más de cuatro horas ratificando cada parte del texto. Fue muy desgastante y evidente el manejo de la Iglesia. La consigna es bajar la cortina y no hablar más”, acusa.
Carlos Lombardi, director de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico en la Argentina y representante legal de Nicolás, opina que los procesos canónicos de la Iglesia vulneran los derechos humanos y van en contra de las garantías del debido proceso.
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