El 70% de los argentinos decidió no votarlo: la sociedad está verdaderamente de pésimo humor, angustiada y frustrada.
La primera conclusión que brindaron las PASO refiere a un fenómeno que andaba por el aire pero resultaba imposible bajar a tierra: la sociedad está verdaderamente de pésimo humor, angustiada, frustrada. Las urnas le dieron posibilidad de canalizar esa bronca acumulada. El Gobierno de Alberto y Cristina Fernández fueron destinatarios de un desahogo brutal: el 70% de los argentinos decidió no votarlos. Las opciones fueron varias, aunque Juntos por el Cambio se erigió en la herramienta nacional predilecta para hacer tronar el escarmiento.
Si en lugar de un ejercicio político de la democracia se hablara de una carta de navegación, podría asegurarse que el gobierno kirchnerista sufrió un naufragio. Ha quedado a la deriva, solo con un tercio del electorado. Tal vez, la porción irreductible que acompaña a Cristina Fernández. Mala señal para el Presidente: no le habría quedado nada de aquel modesto volumen que aportó para derrotar a Mauricio Macri en 2019.
Una debacle semejante en una elección de medio término casi no tiene antecedentes. Apenas aquel 24% de Fernando de la Rúa en octubre del 2001. Prólogo de la caída de la administración de la Alianza. Y la gran crisis del 2001. El peronismo arrastraba derrotas desde el 2009. Ninguna de semejante magnitud. Hay un agregado que no debe ser pasado por alto: en todas las oportunidades anteriores aquel peronismo fue dividido. Primero con el impulso del empresario Fernando De Narváez. Luego con la irrupción de Sergio Massa, gran aliado ahora de Máximo Kirchner. Al final, con la propuesta antigrieta de Florencio Randazzo. Que ni antes ni ayer consiguió dotar de musculatura electoral a su propuesta.
El kirchnerismo ni siquiera logró evitar el naufragio electoral con el socorro de Buenos Aires. En el principal distrito electoral sufrió una paliza. Cinco puntos de distancia entre el candidato opositor, Diego Santilli y la postulante frentista, Victoria Tolosa Paz. Vale un asterisco: en la interna de Juntos por el Cambio los votos de Facundo Manes estuvieron muy por encima de las expectativas. Aunque terminó perdiendo.
La caída de la Provincia significa muchas cosas. El mayor traspié del proyecto político de Cristina. Anclado en el gobernador Axel Kicillof y en La Cámpora, que lidera su hijo, Máximo. Hubo algunos guarismos sorprendentes. En la primera sección, Juntos por el Cambio arrancó 34 puntos de ventaja (67-33). En la quinta, que incluye el Partido de la Costa, redondeó 21 (50-29). Los K y el PJ resistieron, como siempre, en La Matanza.
Quizás el diputado Máximo deba repensar el plan de subsumir al peronismo con el progreso de La Cámpora. Hasta podrá ponerse en duda su idea de asumir en diciembre la jefatura partidaria en Buenos Aires. Hay una pista a seguir: en los cómputos todavía provisionales, varios candidatos de los intendentes para los Concejos locales sacaban más votos que Tolosa Paz. Quizás por ese motivo Elisa Carrió, la jefa de la Coalición Cívica, se animó a hablar de “la rebelión de los pobres”.
El mapa de la Argentina volvió a tener la característica que supo subrayar desde el 2015 y que, con altibajo, no se modifica. La franja central de las provincias productivas (Santa Fe, Córdoba, Mendoza) castigó otra vez al Gobierno. Se añadieron algunas sorpresas importantes. La aparición de Rogelio Frigerio en Entre Ríos. El ex ministro de interior de Macri le sacó una diferencia de 20 puntos al oficialista Enrique Cresto. En Santa Cruz, el kirchnerismo fue derrotado por 12 puntos. La pérdida global ascendió a 17 provincias de las 24.
El Gobierno quedó sumido en un shock. Otra vez, como en las PASO del 2019, una corriente subterránea de disconformidad burló el mejor empeño de las encuestas. Al Presidente y a Cristina se les abre un enorme desafío. Transitar los dos meses hasta las legislativas del 14 de noviembre en medio de un sismo político. Con la obligación de gestionar y mejorar los números de las PASO para no enfrentarse a un padecimiento: el tránsito, en las presentes condiciones y quizás sin el dominio de ninguna de las dos Cámaras del Congreso, hasta el recambio del 2023.
El naufragio pareciera haber acabado con un sueño de Alberto. Reformularse para pujar por la reelección. Tiene por delante una tarea menos pretenciosa y más ardua: acordar con la vicepresidenta el modo de continuar. Tal vez, haya quedado indefenso en su afán por defender a “los funcionarios que no funcionan”. Habrá que observar que ocurre con Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, Martín Guzmán, el titular de Economía, Matías Kulfas, de Producción y Claudio Moroni, de Trabajo. La nómina sería aún más extensa.
La vicepresidenta pudo haber asistido al derrumbe de una iniciativa política que resultó un éxito cuando la creó. La entronización de Alberto como candidato. La pandemia colocó al Presidente frente a un dilema que, a cada paso, resolvió de mala forma. Por presión de Cristina, disolvió una unidad de gestión con Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de la Ciudad, que le había dado excelente ponderación pública. Creyó después que con la renuncia de Ginés González Garcia del ministerio de Salud, daba por saldado el escándalo del Vacunatorio VIP. Se aferró sin matices a una cuarentena que hizo trizas el sistema productivo y el tramado social.
La campaña de vacunación estuvo atravesada por las falsedades y las internas del poder. Influyó la ideología kirchnerista que interfirió en la compra de las dosis estadounidenses e intercaló un compromiso con Rusia, que con la Sputnik V cumplió a medias con su abastecimiento. La Argentina exhibe millones de vacunas no aplicadas por aquella mala programación. Carece de segundas dosis, a excepción de la Sinopharm de China. Que se combina con la primera del mismo origen. El avance resultó lento a raíz que el Estado monopolizó su aplicación en detrimento de la salud privada, con mucho personal y logística disponible.
El Presidente tomó nota demasiado tarde de esa realidad. Con extrema timidez admitió que “algo no hemos hecho bien para que la gente no nos acompañe”. Su tono contrastó con la suficiencia que exhibió en otros momentos. Incluso cuando, yendo y viniendo con los argumentos, pretendió justificar el escándalo del Olivosgate. El cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yáñez, celebrado durante la cuarentena más estricta en la residencia de Olivos.
Anoche esos reproches lo envolvieron cuando al campamento kirchnerista de la Avenida Corrientes llegaba la catarata de votos en contra. A sus pupilos, Tolosa Paz, en Buenos Aires, y Leandro Santoro, en la Ciudad, se les hará cuesta arriba continuar con la campaña hasta noviembre.
La contracara de Alberto podría ser Rodríguez Larreta en la oposición. El Jefe de la Ciudad salió fortalecido en sus apuestas por María Eugenia Vidal y Santilli. Lo de Buenos Aires resultó un batacazo. No le resultará sencillo a Macri interferir en el camino del jefe porteño.
La fotografía de la sociedad argentina quedó revelada. El paso político definitivo y verdadero sucederá en noviembre. Alberto y Cristina parecen condenados a una recomposición general. Porque la ciudadanía corroboró en un año y medio que, de ninguna manera, volvieron mejores.
Juntos por el Cambio reaccionó ante la victoria impensada con sentido común. Amparándose en su cualidad más sólida: la unidad. La historia no estaría terminada. Tampoco podría augurarse el final del populismo, como alardeó Macri. Falta todavía la validación de este paso, sin correr el riesgo de que la marea opositora quede en una simple expresión testimonial de la bronca popular.
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