La cifra corresponde al primer semestre de este año en comparación con el segundo de 2016. Sin embargo, la provincia continúa por encima de la media nacional.
Según difundió ayer el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), la pobreza en Mendoza bajó 2% en el primer semestre de este año en comparación con la anterior medición correspondiente a los últimos 6 meses de 2016.
Los datos aportados por la Encuesta Permanente de Hogares muestran que 295.691 mendocinos son pobres (son 62.559 hogares del área metropolitana) e indican que mientras que a fines de 2016 esa cantidad representaba 33,5% de los encuestados, entre enero y junio de 2017 bajó a 31,5%.
Para realizar el seguimiento de los indicadores de pobreza e indigencia en el país, el Indec tomó los datos aportados por las direcciones de estadísticas de 31 conglomerados urbanos (en total, 27.451.977 personas relevadas) entre los que se incluye el Gran Mendoza.
Lo cierto es que pese a esta leve baja en materia estadística, la provincia sigue superando el promedio nacional de personas pobres, que es de 28,6%, es decir casi 8 millones de personas. A ellas se suman quienes viven en condiciones de indigencia, es decir sin poder cubrir las necesidades básicas alimentarias y habitacionales. En esa problemática se encuentran 1 millón 700 mil personas en la Argentina.
Lejos de los números y más cerca de las familias que a diario viven de cerca el hambre y las necesidades de toda clase, quienes trabajan en los barrios y escuelas de zonas vulnerables aseguran que en realidad, la pobreza extrema se hace notar con mayor intensidad en comparación con el año anterior.
María Presta es docente del Centro de Apoyo Educativo (CAE) del barrio San Martín de Ciudad. Desde su mirada, da cuenta del pulso que en lo últimos meses han ido marcando los niños que allí asisten. Dice que las necesidades de alimento son evidentes y que de hecho, los pequeños -desde los 6 años- buscan no perderse ninguno de los servicios que se brindan más allá de lo educativo.
La docente describe que además de almorzar en la escuela, los chicos van al CAE a tomar la leche y luego se van a un merendero del barrio. “Se nota que hacen lo posible para comer afuera de su casa e inclusive los domingos van a la Iglesia para comer algo”, lamenta Mary -como todos la conocen- y agrega que esta realidad da cuenta de que las familias de esos niños están pasando por un momento muy difícil: “A muchos se les nota que llegan a la escuela sin haber cenado. Dependen exclusivamente de lo que pueden comer en las instituciones”.
Marta, quien junto a sus hijos ha llevado adelante la tarea de colaborar durante años con las familias más necesitadas de la Quebrada de la Diuca (en la zona del pedemonte), dice que “la gente sigue muy mal, se nota que cada vez están más pobres y buscan ayuda por todos los medios, algo que no siempre llega a tiempo”.
“La situación está difícil”
Que el dinero no alcanza, que los sueldos no aumentan, que la inflación hace que hasta el pan se vuelva un bien que no siempre puede repartirse en la mesa familiar. Que vestirse implica para miles remendar y volver a usar. Son situaciones habituales que se suman a las carencias habitacionales de miles de familias mendocinas.
Como la de Lorena Morales (40), que tiene seis hijos y vive en un asentamiento de Maipú que con los años ha crecido en población infantil. “Los chicos buscan ir a los merenderos para tomar aunque sea un vaso de leche; la situación está muy difícil para todos”, cuenta la mujer, que conoce de qué se trata buscar ayuda cuando el trabajo escasea para quienes no tuvieron la posibilidad de estudiar y tener un trabajo estable.
En su caso, hace poco ha logrado conseguir algunos pesos para llevar a su hogar vendiendo blísters de agujas en la calle. “Salimos con mi sobrino a vender. Con lo que recolectamos y gracias al trabajo de dos de mis hijos podemos llegar a unos 5 mil pesos mensuales. Hacemos lo posible para salir adelante dentro de lo que podemos”, cuenta Lorena, que junto a varias familias del lugar espera ansiosa el momento en que hacia noviembre el municipio les anuncie la construcción de un barrio al cual los derivarían. “Queremos tener nuestra casa y para eso trabajamos”, asegura.
Desde el punto de vista de Vilma Jilek, titular de la Asociación Accionar (que realiza desde hace años el abordaje de problemáticas relacionadas a la exclusión, el abandono, la violencia y las adicciones), el impacto de la pobreza en las familias es grave y difícil, pero no imposible de revertir. Aunque deja secuelas muy hondas.
“Va a pasar mucho tiempo para poder corregir la pobreza que tiene consecuencias en las ideas, en la sociedad, la educación y la familia. La pobreza implica producir y sentir el abandono. Quien atraviesa por esta realidad se siente desposeído de todo. En la indigencia las personas creen que no tienen derecho a nada”, reflexiona Jilek.
A partir de la tarea que realiza junto a los voluntarios de la entidad, ella asegura que ha percibido que en los últimos tiempos se ha visto un tímido resurgir, con la reactivación de algunos puestos de trabajo de tipo técnico, en el área de la construcción. “De todas maneras, las secuelas que genera la pobreza extremos son profundas y costará mucho remediarlas”, insiste Jilek.
Salarios vs. inflación
Los salarios ganaron cuatro puntos de poder adquisitivo respecto de la inflación entre enero y julio de 2017, según datos del Indec. En ese período, las remuneraciones tuvieron un incremento promedio de 18%, mientras que los precios se incrementaron 13,8%.
Los sueldos del sector privado subieron 4,8% en julio frente a junio y sumaron 19,3% en los primeros siete meses del año (5,5 de mejora del poder de compra). En tanto, los estatales mejoraron 2,8% frente a junio y 20% entre julio de 2017 y julio de 2016 (6,7 puntos de mejora).
Con relación a los empleados no registrados, el Indec señaló que los salarios aumentaron 3,9% frente a junio y 17% en siete meses.
En ese caso el progreso salarial fue 2 puntos menos que en el sector formalizado, pero de todas maneras se ubicó 3 puntos por encima de la suba de precios.